8.04.2023

La taberna (L'assomoir), Émile Zola (1877)



En ocasiones la gente sugiere: “Diga un libro que le haya cambiado la vida” y ahí va la retahíla de novelas más o menos tradicionales, que se dejan leer o que no se dejan leer pero que para el interpelado significaron algo en su momento. Creo que una cosa es un libro que a uno le haya gustado mucho y otra cosa muy diferente es un libro que haga ver la vida de manera distinta. En mi caso, podría decir que los clásicos griegos son libros que me han gustado mucho, pero en estricto sentido no han producido un cambio sustancial en mí.

Si tuviera que decantarme por uno en esta última categoría tendría que decir “Si esto es un hombre” de Primo Levi. Es el libro que más me ha hecho reflexionar en la vida y no es una lectura agradable si no todo lo contrario. Es un documento que nos hace pensar en el Mal, en cómo el género humano puede gastar tantas energías en hacer daño y eso es tristísimo.

 

A caballo entre novelas que me han gustado pero que también han trastocado la perspectiva de la vida está “La Taberna” de Zola. De él no había leído nada y francamente no se me antojaba. "Nana" siempre salía a relucir y curiosamente es lo peor que a la postre leí de él. “La taberna” en cambio es un libro demoledor. Significa leer sobre la forma en la que la pereza y la desidia pueden destruir la vida y también es darse cuenta de cómo la envidia enrarece todo lo que toca. Significa también leer sobre los vicios, sobre como destruyen el patrimonio, la moral, la salud y la familia. Es, en suma, leer sobre la miseria y la imposibilidad de salir por que se está mejor comiendo, bebiendo y revolcándose en el lodo. 

Zola fue un escritor heterodoxo en muchos sentidos. El tratamiento de la sexualidad, de las relaciones humanas, de ese libertinaje tan sin vergüenza y tan natural no era algo usual en la época y creo que sigue sin serlo. Además, está el protagonismo que da a sujetos desagradables y vividores.  Zola tampoco es complaciente con el lector y no ofrece páramos de esperanza entre las desventuras de sus personajes,  por el contrario: se ensaña fulminándolos de la manera más dolorosa posible.

Fue un escritor llamado naturalista, aunque yo utilizaría el calificativo de determinista en el sentido en que la suerte de sus personajes está echada. De acuerdo con su percepción, los antepasados determinan el futuro de sus descendientes porque todos sus defectos los han heredado a través de los genes.  Es probable que se esfuercen pero a final de cuentas puede más la predisposición genética al vicio y a la corrupción por lo que de cualquier forma acabaran mal. Es lo que sucede con Gervaise, la pobre y desventurada protagonista de La Taberna: se desvive por superarse y sacar a su familia adelante, toca un máximo de felicidad para después tomar malas decisiones que la llevarán a la ruina.

Zola fue uno de esos raros novelistas del siglo XIX que no escribía sobre la nobleza o la burguesía. Él se sentía cómodo dando vida a los barros bajos y la verdad es que los refleja bastante bien. Cuando nos cuenta  de la alta sociedad (“Nana”, “La Jauría”) se convierte en escritor soso y repetitivo (sin sabor, podríamos decir) y al que no se le cree mucho lo que argumenta. Sí se  mueve con soltura entre los arrabales, hablando sobre la lucha por no morir de cansancio por el trabajo o de hambre por los raquíticos sueldos, recreando lo que  una parte considerable de la sociedad vivía por aquella época.  





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