12.15.2010

Fernando Vallejo

Fernando Vallejo no plasma personajes o diálogos ficticios; es él quien habla, es él mismo quien se expresa y es él quien, sin recurrir al narrador omnipresente,  cuenta los hechos desde una perspectiva parcializada y subjetiva.

Sus novelas parecen incompletas. Al no sondear en los pensamientos de los otros personajes, el texto pronto parece reiterativo y aburrido. Sobre todo repetitivo porque Fernando Vallejo es un tipo amargado, soberbio y neurótico. Sus parlamentos básicamente son insultos, improperios, críticas, obscenidades y al final parece una prueba terminar alguno de sus libros.

No es que la literatura deba ser optimista por antonomasia. Es simplemente que no entiendo cuál pueda ser su finalidad al escribir. Cuando únicamente se refiere a las personas como basura, como estorbo, como alimañas… refleja algo siniestro. Y cuando, por ejemplo, justifica los abusos sexuales de los sacerdotes se disipa cualquier duda:

Lo que no acabo de entender es que en el círculo de los libros se le considere un modelo a seguir y se glorifique su obra cuando no tiene mérito por ningún lado. La revista colombiana “Semana” publicó, en su 25 aniversario, las 100 mejores novelas en español de los últimos 25 años y sorprendentemente aparecen “La virgen de los sicarios” y “El desbarracandero” entre las 15 primeras.

La primera es ultraviolenta y cae en tantos excesos que raya en lo ridículo. La segunda es un relato autobiográfico que exhibe la condición y el desahucio familiar. Ambas son  parecidas en la forma aunque no en la temática. La virgen de los sicarios narra el modus vivendi en el Medellín infestado de narcotraficantes y de matones. El desbarrancadero expone sus preferencias familiares y los últimos momentos de vida del hermano más querido.

Son pues novelas sui generis aunque no por ello atractivas.  En ningún momento se notan chispazos de genialidad o visos de buena escritura. Su estrategia, en cambio,  consiste en escandalizar, en provocar, en exponer una visión racista,  conservadora y retrograda de las cosas.  

10.21.2010

El ruido y la furia. William Faulkner

Cuando se habla de lectura es difícil ponerse de acuerdo en lo que a un buen libro se refiere. Cada persona busca algo diferente y no es sólo cuestión de intereses sino fundamentalmente de las experiencias o de las aspiraciones  que cada uno pueda tener.

No sé exactamente a qué tipo de personas pudiera parecerles  interesante, en el mejor de los casos, o entretenido, en el peor, el libro célebre del escritor estadounidense William Faulkner. Viéndolo descriptivamente, “El ruido y la furia” parece adecuado para el ejercicio técnico pero no para el  mero esparcimiento, que en términos generales espera encontrar  el lector promedio.

El entretenimiento en la literatura es un aspecto meramente subjetivo, pero  más allá de puntos de vista debe estar sustentado en la  reflexión, en la forma y  en la coherencia.  Faulkner se olvidó todo eso. Optó por erigirse como modelo al  romper los esquemas tradicionales de narración en detrimento de la claridad.

Es un experimento ambicioso e iconoclasta. Aunque  implica en esfuerzo mayor que el utilizado en cualquier otro libro. No todas las personas tienen la paciencia para dar dos o más lecturas (sobre cuando el único incentivo es desenmarañar una trama no del todo atractiva) a un texto que recrea una sociedad muy particular en espacio y tiempo.


Es un libro complejo y de  difícil asimilación. Gran parte de su contenido son pensamientos, ideas cruzadas, recuerdos, sensaciones… rememoraciones cuyo origen es turbio y  desconocido.   En el papel, parecería sugestivo hurgar en la cabeza de los personajes o participar directamente en sus andanzas (sin un narrador sempiterno que exponga la situación desde la trinchera de la objetividad). Pero en la práctica se vuelve difícil y tedioso penetrar las estructuras de pensamiento con solo algunos chispazos en la memoria o retratos opacos de múltiples actores.


Creo que es una lectura complaciente con los muy versados en la técnica, con los puristas, con los académicos o historiadores, pero que deja fuera a una gran parte del público. Y no es que esté mal, pero al final uno queda con una sensación de desagrado, de desgano, de aburrimiento….pero esa  es solo una opinión.


9.09.2010

Sauce ciego, mujer dormida. Haruki Murakami




Generalmente encuentro cierta resistencia a leer libros de gente que no esté muerta. No es que me parezca que los escritores contemporáneos tengan temáticas poco interesantes o que no sepan su oficio. Simplemente me gusta pensar que me avoco a los temas realmente significativos (entendiéndose como aquellos que han sobrepasado la incorruptible barrera del tiempo), y eso es precisamente de lo que carecen muchos textos de reciente publicación.

El problema es que en la actualidad todo el  mundo parece escribir  y por lo mismo cada vez es más difícil encontrar a personas que realmente tengan motivos para hacerlo. Por si lo anterior no fuera relevante, habría que añadir que la editorial es desde hace ya mucho tiempo una industria y, como todas, subsistente de las ventas, de las ganancias… de la mercadotecnia, en suma. Lo que se conoce como Best Seller es un producto prefabricado encaminado a satisfacer ciertas necesidades que tienen que ver más con el  consumo masivo y superficial  que con la reflexión, la trascendencia o la intemporalidad.

Con todas estas ideas, o más bien prejuicios, encima estuve más bien escéptico en la librería rondando el texto de Haruki Murakami. Probablemente acabó por convencerme el hecho de que  Sauce ciego, mujer dormida resultara ser un compendio de cuentos y este tipo de libros representa la oportunidad ideal de conocer a un escritor del que no se tienen muchas referencias, como era mi caso.  

A veces la discriminación bibliográfica salva de futuros sinsabores o hasta de algunos corajes. Cuando  a pesar de actuar de tal manera me topo con una mala novela, por ejemplo, no suelo abandonarla porque siento que no importa cuán odiosa pueda  ser, optimistamente creo que al final dejará  algo útil y digno de recordar. Con el libro de Murakami simplemente no pude, lo intenté de varias formas, pero siento que es tan insignificante que preferí aprovechar el tiempo de otra forma.


He encontrado varias referencias donde se define a las historias de Murakami  como “oníricas”, “surrealistas” o “ficticias”, pero la verdad es que sólo son un intento.  Las ideas básicas con las que construye sus cuentos son vacías y  creo que inventa un final absurdo con la esperanza de subsanar la pobreza de contenido.  También es recurrentemente pródigo en palabrería hueca e inútil cuyo nunca pude descubrir.

[Nota a posteriori: Ante la insistencia de algunas personas abandoné momentáneamente mi resistencia y terminé el libro. A final de cuentas no es del todo mal, tiene algunos cuentos destacados; el punto está en que los relatos malos son tan deficientes que opacan los sobresalientes. Como sea, en perspectiva, no es tan desastroso como pensaba cuando escribí los párrafos superiores.]

3.31.2010

Vida de un vagabundo. CHARLES BUKOWSKI

Harry se despertó en su cama con resaca. Una resaca horrible.
-Mierda -dijo en voz baja.

Había un pequeño lavabo en la habitación.

Harry se levantó, alivió su estómago en el lavabo que después aclaró con agua del grifo, metió la cabeza debajo y bebió un poco de agua. Después se mojó la cara y se la secó con la camiseta que llevaba puesta. Era el año 1943.

Harry cogió algunas prendas del suelo y comenzó a vestirse lentamente. Las persianas estaban echadas y todo estaba oscuro menos los lugares donde el sol se colaba por los trozos rotos de la persiana. Había dos ventanas. Un sitio distinguido.

Salió pasillo adelante rumbo al retrete, cerró la puerta con llave y se sentó. Era increíble que aún pudiese defecar. No había comido desde hacía varios días.

Dios mío, pensó, la gente tiene intestinos, boca, pulmones, orejas, ombligo, órganos sexuales y... pelo, poros, lengua, a veces dientes, y todo lo demás..., uñas, pestañas, dedos de los pies, rodillas, estómago... Había algo muy fastidioso en todo eso. ¿Por qué nadie se quejaba?

Harry acabó con el áspero papel higiénico de la pensión. Seguro que las caseras se limpiaban con algo mejor. Todas aquellas caseras tan religiosas, con maridos muertos hace tiempo. Se subió los pantalones, tiró de la cadena, salió de allí, bajó la escalera de la pensión y salió a la calle. Eran las 11 de la mañana. Se dirigió hacia el sur. La resaca era brutal, pero no le importaba. Eso significaba que había estado en algún otro lugar, algún sitio bueno. Mientras iba andando encontró medio cigarrillo en el bolsillo de la camisa. Se detuvo, miró el extremo negro y aplastado, buscó una cerilla y luego intentó encenderlo. La llama no prendía. Siguió intentándolo. Después de la cuarta cerilla, que le quemó los dedos, consiguió dar una calada. Sintió náuseas, luego tosió. Notó que su estómago se estremecía.

 
Un coche se acercó lentamente. Estaba ocupado por cuatro muchachos jóvenes.
-¡EH, TÚ, VEJESTORIO! ¡MUÉRETE! -gritó uno de ellos a Harry.
Los otros se rieron. Después se fueron.

El cigarrillo de Harry seguía encendido. Dio otra calada. Brotó una bocanada de humo azul. Le gustaba aquella bocanada de humo azul.

Caminaba bajo el calor del sol pensando: "Voy andando y fumando un cigarrillo." Harry caminó hasta llegar al parque que había frente a la biblioteca. Seguía chupando el cigarrillo. Entonces la colilla le quemó los dedos y la tiró a regañadientes. Entró en el parque y anduvo hasta encontrar un sitio entre una estatua y unos arbustos. Era una estatua de Beethoven. Y Beethoven estaba andando, con la cabeza gacha, las manos entrelazadas a la espalda, obviamente pensando en algo.

Harry se agachó y se tumbó sobre la hierba. La hierba recién cortada picaba bastante. Estaba puntiaguda, afilada, pero tenía un aroma agradable y limpio. El aroma de la paz.

Insectos diminutos comenzaron a pulular alrededor de su cara en círculos irregulares, cruzándose unos con otros pero sin chocar jamás. Apenas eran unas partículas, pero eran unas partículas a la búsqueda de algo. Harry levantó la mirada, a través de las partículas, hacia el cielo. El cielo estaba azul y endemoniadamente alto. Harry siguió mirando hacia arriba, al cielo, intentando sacar algo en claro. Pero Harry no sacó nada en claro. Ninguna sensación de eternidad, ni de Dios, ni siquiera del diablo. Pero uno tiene que encontrar primero a Dios para encontrar al diablo. Van en ese orden.

A Harry no le gustaban los pensamientos profundos. Los pensamientos profundos podían conducir a errores profundos. Después pensó un poco en el suicidio. Tranquilamente. Como la mayoría de los hombres piensa en comprarse un par de zapatos nuevos. El problema principal del suicidio es la idea de que podría ser el comienzo de algo peor. Lo que él realmente necesitaba era una botella de cerveza helada, con la etiqueta un poco mojada y esas gotas frías tan hermosas sobre la superficie del vaso.

Harry comenzó a dormitar..., a ser despertado por el sonido de voces. Las voces de colegialas muy jóvenes. Se reían con risillas bobas.
-¡Ohh, mirad!
-¡Está dormido!
-¿Le despertamos?
Harry entreabrió un poco los ojos bajo el sol, espiándolas a través de las pestañas. No estaba seguro de cuántas eran, pero vio sus vestidos llenos de colores: amarillos y rojos y verdes y azules.
-¡Mirad, es precioso!
Soltaron unas risillas bobas, se rieron abiertamente, salieron corriendo. Harry volvió a cerrar los ojos.

¿Qué había sido aquello? Nunca le había pasado nada tan deliciosamente refrescante. Le habían llamado "precioso". ¡Qué amabilidad!
Pero no regresarían.

Se levantó y anduvo hasta el extremo del parque. Allí estaba la avenida. Encontró un banco y se sentó. Había otro vagabundo en el banco de al lado. Era mucho más viejo que Harry. El vagabundo tenía un aire pesado, oscuro y siniestro que a Harry le recordó a su padre.

No, pensó Harry, ¡qué desconsiderado soy!

El vagabundo echó una rápida mirada a Harry. El vagabundo tenía unos ojos minúsculos e inexpresivos. Harry le sonrió levemente. El vagabundo miró hacia otro lado. Entonces se oyó un ruido procedente de la avenida. Motores. Era un convoy del ejército. Una larga fila de camiones llenos de soldados. Rebosantes de soldados que iban allí como enlatados, colgando por los costados de los camiones. El mundo estaba en guerra.

El convoy se movía lentamente. Los soldados vieron a Harry sentado en el banco del parque y ahí empezó todo. Era una mezcla de silbidos, abucheos y sartas de palabrotas.

Le estaban gritando a él.
-¡EH, TÚ, HIJO DE PUTA!
-¡DESERTOR!
Cuando uno de los camiones del convoy ya habla pasado, el siguiente retomaba la cantinela.

-¡MUEVE EL CULO DE ESE BANCO!
-¡COBARDE!
-¡JODIDO MARICA!
-¡GALLINA!

Era un convoy muy largo y muy lento.
-¡VENGA, ÚNETE A NOSOTROS!
-¡NOSOTROS TE ENSEÑAREMOS A PELEAR, MAMARRACHO!

Los rostros eran blancos y marrones y negros, flores del odio.
Entonces el vagabundo viejo se levantó del banco y gritó a los del convoy:
-¡SE LO VOY A HACER PAGAR POR VOSOTROS, AMIGOS! ¡YO LUCHÉ EN LA
PRIMERA GUERRA MUNDIAL!

Los de los camiones se rieron y agitaron los brazos:
-¡HAZ QUE LO PAGUE, ABUELO!
-¡HAZLE VER LA LUZ!

Y el convoy desapareció.

Le habían tirado varias cosas a Harry: latas de cerveza vacías, latas de refrescos, naranjas, un plátano. Harry se puso de pie, cogió el plátano, volvió a sentarse, lo peló y se lo comió. Estaba delicioso. Después encontró una naranja, la peló, masticó y se tragó la pulpa y el zumo. Encontró otra naranja y se la comió. Después encontró un encendedor que alguien había tirado o perdido. Lo encendió. Funcionaba.

Se dirigió hacia el vagabundo sentado en el banco, extendiendo el brazo en el que llevaba el encendedor.

-Eh, amigo, ¿tienes tabaco?

Los ojillos del vagabundo se volvieron rápidamente hacia Harry. No tenían vida, como si las pupilas les hubieran sido arrancadas. El labio inferior del vagabundo temblaba.

-Te gusta Hitler, ¿no? -dijo muy suavemente.
-Oye, amigo -dijo Harry-. ¿Por qué no nos vamos tú y yo por ahí? Puede que consigamos alguna copa.

Los ojos del vagabundo viejo se quedaron en blanco. Durante un rato lo único que Harry vio fueron los blancos globos oculares inyectados en sangre. Después los ojos volvieron a su sitio.

El vagabundo lo miró:
-¡Contigo... no!
-Muy bien -dijo Harry-, hasta la vista...
Los ojos del vagabundo viejo volvieron a ponerse en blanco y repitió lo mismo, sólo que esta vez más alto:
-¡CONTIGO... NO!

Harry salió lentamente del parque y fue calle arriba hacia su bar preferido. El bar siempre estaba allí. Harry echaba anclas en aquel bar. Era su único refugio. Era despiadado y exacto.

De camino, Harry pasó por un terreno baldío. Un grupo de hombres de mediana edad jugaba a béisbol. No estaban en forma. La mayoría tenían una barriga prominente, eran bajos de estatura y tenían grandes traseros, casi de mujer. Eran todos no aptos o demasiado viejos para ser llamados a filas.

Harry se detuvo y observó el juego. Muchos tiros fuera, lanzamientos absurdos, bateadores golpeados, errores, pelotas mal bateadas, pero seguían jugando. Casi como un rito, un deber. Y estaban furiosos. Lo que mejor les salía era la furia. La energía de su furia era lo que dominaba.

Harry se quedó mirando. Todo parecía inútil. Hasta la pelota parecía triste, botando aquí y allá inútilmente.
-Hola, Harry, ¿cómo es que no estás en el bar?

Era el viejo y flaco McDuff chupando su pipa. McDuff tenía alrededor de 62 años, siempre miraba hacia adelante, nunca te miraba a tí, pero de todas formas te veía desde detrás de aquellas gafas sin montura. Y siempre llevaba un traje negro y una corbata azul. Entraba en el bar todos los días alrededor de mediodía, se tomaba dos cervezas y luego se iba. No se le podía odiar y no se le podía querer. Era como un calendario o un portaplumas.

-Para allá voy -contestó Harry.
-Voy contigo -dijo McDuff.

Así que Harry se fue andando con el viejo y flaco McDuff, y el viejo y flaco McDuff iba chupando su pipa. McDuff siempre tenía encendida aquella pipa. McDuff era su pipa. ¿Por qué no?
Caminaban juntos sin hablar. No había nada que decir. Paraban en los semáforos. McDuff chupaba su pipa.

McDuff tenía dinero ahorrado. Nunca se había casado. Vivía en un apartamento de dos habitaciones y no hacía gran cosa. Bueno, leía los periódicos, pero sin demasiado interés. No era creyente. Pero no por falta de convicción, sino porque simplemente no se había preocupado de considerar ese aspecto de un modo u otro. Era como no ser republicano por no saber lo que es ser republicano. McDuff no era feliz ni desgraciado.

Una vez se puso nervioso un instante, pareció que algo le preocupaba y durante unas décimas de segundo el terror se reflejó en sus ojos. Luego aquello pasó, rápidamente..., como una mosca que se hubiera posado... y luego saliese disparada hacia tierras más prometedoras.

Entonces llegaron al bar. Entraron. El gentío habitual.
McDuff y Harry se sentaron en sus taburetes.

-Dos cervezas -canturreó al camarero el bueno de McDuff.
-¿Qué haces, Harry? -preguntó uno de los clientes del bar.
-Buscar, moverme y cagar -contestó Harry.

Lo sintió por McDuff. Nadie lo había saludado. McDuff era como un papel secante sobre una mesa de despacho. No impresionaba. A Harry lo veían porque era un vagabundo. Les hacía sentirse superiores. Necesitaban esa sensación. McDuff les hacía sentirse débiles y ellos ya eran débiles de por sí.

No pasaba nada importante. Todo el mundo estaba sentado frente a sus bebidas, mimándolas. Pocos tenían la suficiente imaginación como para emborracharse simplemente como una cuba.

Una insulsa tarde de sábado.

McDuff pidió su segunda cerveza y tuvo la amabilidad de invitar a Harry de nuevo. La pipa de McDuff estaba roja por las seis horas que llevaba ardiendo sin parar. Acabó su segunda cerveza y salió del bar, y entonces Harry se quedó allí sentado solo, con el resto de la tripulación.

Era un sábado lento, lento, pero Harry sabía que si se quedaba allí sin hacer nada el tiempo suficiente, lo lograría. Por supuesto, el sábado por la noche era el mejor momento para gorronear copas. Pero no tenía adónde ir hasta entonces. Harry tenía que evitar a la dueña de la pensión. Pagaba por semanas y llevaba nueve días de retraso.

El ambiente se puso terrible entre copa y copa. Lo único que buscaban los clientes era sentarse y estar en algún sitio. Reinaba una soledad general, un miedo suave y una necesidad de estar juntos y charlar un poco, eso les aliviaba. Todo lo que Harry necesitaba era algo de beber. Harry podía beber sin parar y aún seguía necesitando más, no existía suficiente bebida para satisfacerle. Pero los demás... sólo estaban allí sentados, interviniendo de vez en cuando se hablara de lo que se hablase.

La cerveza de Harry se estaba desbravando. Y el asunto consistía en no terminarla, porque entonces había que pagar otra y no tenía dinero. Tenía que tener paciencia y esperanza. Como buen gorrón profesional de copas, Harry conocía la primera regla: nunca pidas que te inviten. Para los demás la gracia consistía en que estuviese sediento.

Si pedía que le invitaran les quitaba el placer de sentirse espléndidos. Harry dejó deambular su mirada por el bar. Había cuatro o cinco clientes. No eran muchos y no eran gran cosa. Uno de los que no eran gran cosa era Monk Hamilton. La razón principal por la que Monk creía merecer la inmortalidad era que se comía seis huevos para desayunar. Todos los días. Pensaba que eso le hacía superior. Pensar no se le daba bien. Era enorme, casi tan ancho como alto, tenía unos ojos pálidos y despreocupados, de mirada fija, un cuello de roble y unas manos enormes, peludas y nudosas. Monk estaba hablando con el camarero.

Harry miraba una mosca que se estaba metiendo despacito en un cenicero mojado de cerveza que había frente a él. La mosca dio varias vueltas entre las colillas, se dio contra un cigarrillo borracho y entonces emitió un zumbido furioso, se elevó en línea recta hacia arriba, pareció luego que volaba hacia atrás y hacia la izquierda y después se esfumó.

Monk era limpiacristales. Sus ojos afables vieron a Harry. Sus gruesos labios se contrajeron en una sonrisa altanera. Cogió su botella, se acercó, se sentó en el taburete contiguo al de Harry.

-¿Qué haces, Harry?
-Estoy esperando a que llueva.
-¿Te apetece una cerveza?
-Estoy esperando a que llueva cerveza, Monk. Gracias.

Monk pidió dos cervezas. Las trajeron.
A Harry le gustaba beber la cerveza directamente de la botella. Monk vació parte de la suya dentro de un vaso.

-¿Necesitas trabajo, Harry?
-No he pensado en eso.
-Lo único que tienes que hacer es sostener la escalera. Necesitamos alguien que sostenga la escalera. Claro, no pagan tan bien como a los que están en lo alto, pero te dan algo. ¿Qué te parece?

Monk estaba bromeando. Monk creyó que Harry estaba demasiado jodido para darse cuenta.
-Déjame pensarlo un rato, Monk.

Monk miró a los otros clientes, puso de nuevo su sonrisa altanera, les guiñó un ojo y luego volvió a mirar a Harry.
-Oye, lo único que tienes que hacer es sostener derecha la escalera. Yo estaré arriba, limpiando las ventanas. Lo único que tienes que hacer es sostener derecha la escalera. No es muy difícil, ¿no?
-No tan difícil como muchas otras cosas, Monk.
-Entonces, ¿vas a hacerlo?
-Creo que no.
-¡Venga! ¿Por qué no pruebas una vez?
-No sé hacerlo, Monk.
Entonces todos se sintieron bien. Harry era su chico. El perfecto idiota.

Harry miró todas aquellas botellas de detrás de la barra. Todos aquellos buenos momentos esperando, toda aquella risa, toda aquella locura..., bourbon, whisky, vino, ginebra, vodka y todo lo demás. Sin embargo, aquellas botellas estaban allí, sin abrir. Era como una vida esperando ser vivida y que nadie quería.


-Oye -dijo Monk-, voy a ir a cortarme el pelo.
Harry sintió la gordura silenciosa de Monk. Monk había ganado algo en algún sitio. Se sentía tan bien como una llave que encaja por una cerradura que permite entrar en algún lugar.

-¿Por qué no vienes y te quedas conmigo mientras me cortan el pelo?

Harry no contestó.
Monk se inclinó acercándose:
-Pararemos a tomar una cerveza por el camino y después te invitaré a otra.
-Vamos...

Harry vació sin dificultad la botella dentro de su sed y puso la botella sobre la barra.

Salió del bar siguiendo a Monk. Bajaron la calle juntos. Harry se sentía como un perro siguiendo a su amo. Y Monk estaba tranquilo, todo estaba funcionando, todo encajaba.

Era su sábado libre e iba a cortarse el pelo.
Encontraron un bar y pararon. Era mucho más bonito y limpio que aquel en el que
Harry solía pasarse las horas muertas.

Monk pidió las cervezas.
¡Cómo estaba allí sentado! ¡Un superhombre! Y además, le gustaba sentirse así. Nunca había pensado en la muerte, por lo menos no en la suya.

Cuando estaban sentados uno junto al otro, Harry comprendió que había cometido un error: un trabajo de 8 a 5 hubiese sido menos penoso.

Monk tenía un lunar en el lado derecho de la cara, un lunar muy relajado, un lunar sin conciencia de sí mismo.

Harry observó cómo Monk levantaba su botella y chupaba de ella. Era algo que Monk hacía porque sí, como meterse el dedo en la nariz. No estaba realmente sediento de alcohol. Monk estaba simplemente allí sentado con su botella y había pagado para eso. Y el tiempo pasaba como la mierda río abajo.

Terminaron sus botellas y Monk le dijo algo al camarero y el camarero le contestó algo.

Entonces Harry salió del bar siguiendo a Monk. Iban juntos y Monk iba a cortarse el pelo.

Llegaron a la peluquería y entraron. No había ningún otro cliente. El peluquero conocía a Monk. Mientras Monk se encaramaba en su silla, se dijeron algo. El peluquero extendió la toalla y la cabeza de Monk surgió de allí dentro, con el lunar firme en la mejilla derecha, y dijo:
-Lo quiero corto alrededor de las orejas y no mucho por arriba.

Harry, desesperado por otra copa, cogió una revista, pasó algunas páginas e hizo como si tuviera interés en ella.
Entonces oyó a Monk hablar con el peluquero.
-Por cierto, Paul, Este es Harry. Harry, Este es Paul.
Paul y Harry y Monk.
Monk y Harry y Paul.
Harry, Monk, Paul.

-Oye, Monk -dijo Harry-, ¿qué tal si me voy a tomar otra cerveza mientras te cortan el pelo?

Los ojos de Monk se clavaron en Harry.
-No, nos beberemos una cerveza cuando yo termine aquí.

Luego sus ojos se clavaron en el espejo.
-No quites demasiado de encima de las orejas, Paul.

Mientras el mundo daba vueltas, Paul tijereteaba.
-¿Has ligado mucho, Monk?
-Nada, Paul.
-No me lo creo...
-Pues deberías creerlo, Paul.
-No es eso lo que he oído.
-¿Qué, por ejemplo?
-Que cuando Betsy Ross hizo aquella primera bandera, ¡las 13 estrellas no hubieran dado para envolverte la polla!
-Joder, Paul, eres demasiado!

Monk se rió. Su risa era como si se estuviesen cortando rebanadas de linóleum con un cuchillo mal afilado, O quizás era un grito de muerte.


De pronto, dejó de reírse.
-No me quites demasiado de arriba.

Harry dejó la revista y miró el suelo. La risa de linóleum se había convertido en un suelo de linóleum. Verde y azul, con diamantes púrpura. Un suelo antiguo. Algunas partes hablan empezado a pelarse, dejando al descubierto el suelo marrón oscuro de debajo. A Harry le gustaba el marrón oscuro. Empezó a contar: 3 sillones de peluquería, 5 sillas para esperar, 13 o 14 revistas. Un peluquero. Un cliente. Un... ¿qué? Paul y Harry y Monk y el marrón oscuro.

Fuera pasaban los coches. Harry empezó a contarlos, paró. No hay que jugar con la locura, la locura no juega. Más fácil era contar las copas en la mano: ninguna.

El tiempo sonaba como una campana muda.

Harry tomó conciencia de sus pies, de sus pies dentro de los zapatos, luego de los dedos... en los pies... dentro de los zapatos. Movió los dedos de los pies. Su vida se consumía yendo hacia ninguna parte como si fuese un caracol que se arrastra hacia el fuego. Las plantas echaban hojas, los antílopes levantaban la cabeza de la hierba, un carnicero de Birmingham levantaba el cuchillo y Harry estaba sentado esperando en una peluquería, con sus esperanzas puestas en una cerveza. No tenía honor, nunca era su día.

Aquello siguió, transcurrió, siguió y por fin terminó. El final de la obra del sillón del peluquero. Paul giró a Monk para que pudiese verse en los espejos de detrás del sillón. Harry odiaba las peluquerías. El giro final en el sillón, aquellos espejos, eran momentos de horror para él.

A Monk no le importaba.

Se miró. Estudió su imagen, su cara, su pelo, todo. Parecía admirar lo que veía.

Entonces habló:
-Muy bien, Paul, pero ¿te importaría cortarme ahora un poquito más del lado izquierdo? ¿Y ves estos pelillos que salen por aquí? Deberías cortarlos.
-Oh, sí, Monk..., ahora mismo...

El peluquero volvió a girar a Monk y se concentró en los pelitios que se salían de su sitio. Harry miró las tijeras. Había mucho clic-clic pero no cortaban casi nada.
Entonces Paul giró otra vez a Monk hacia los espejos. Monk volvió a mirarse.
Una leve sonrisa le distorsionó el lado derecho de la boca. Luego en el lado izquierdo de la cara le apareció un ligero tic. Narcisismo con sólo una sombra de duda.

-Así está bien -dijo-, ahora está perfecto.

Paul cepilló a Monk con un cepillo pequeño. El pelo muerto caía hacia un mundo muerto.
Monk buscó en el bolsillo el dinero para pagar y la propina.

La transacción monetaria tintineó en la tarde muerta. Después, Harry y Monk fueron juntos calle abajo de regreso al bar.
-No hay nada como un corte de pelo -dijo Monk- para sentirse como un hombre nuevo.

Monk siempre llevaba camisas de trabajo azul pálido, remangadas para exhibir los bíceps. ¡Menudo tío! Ahora lo único que le faltaba era una hembra que le doblase los calzoncillos y las camisetas, que le enrollase los calcetines y los guardara en el cajón de la cómoda.
-Gracias por acompañarme, Harry.
-Vale, Monk...
-La próxima vez que vaya a cortarme el pelo me gustaría que me acompañaras.
-Quizás, Monk...

Monk iba andando junto al bordillo y fue como un sueño. Un sueño sensacionalista.

Simplemente ocurrió. Harry no sabía de dónde había venido el impulso, pero lo permitió, simuló que tropezaba y empujó a Monk. Y Monk, como un pesado bloque de carne, cayó delante del autobús. El conductor pisó los frenos y se oyó un ruido sordo, no demasiado fuerte, pero un ruido sordo. Y allí estaba Monk sentado en la cuneta, con su corte de pelo, lunar, y todo. Y Harry bajó la mirada. Lo más extraño de todo aquello: la cartera de Monk estaba en la cuneta. Había saltado del bolsillo trasero de Monk por el impacto y allí estaba, en la cuneta. Sólo que no estaba plana sobre el suelo, se erguía como una pequeña pirámide.

Harry se agachó, la recogió, la puso en su bolsillo delantero. Estaba tibia y llena degracia. Dios te salve, María.
Entonces Harry se inclinó sobre Monk.
-¿Monk? Monk..., ¿estás bien?

Monk no contestó. Pero Harry notó que respiraba y vio que no había sangre. Y de repente el rostro de Monk se volvió hermoso y elegante. Está jodido, pensó Harry, y yo estoy jodido. Todos estamos jodidos sólo que de diferentes maneras. No hay verdad, no hay nada real, no hay nada.

Pero si había algo. Había una multitud.
-¡Retírense! -dijo alguien-. ¡Denle aire!

Harry retrocedió. Retrocedió hasta meterse entre la multitud. Nadie le detuvo. Iba andando hacia el sur. Oyó el lamento de la ambulancia, junto con el de su propia culpa.

Entonces, de pronto, la culpa desapareció. Como acaba una vieja guerra. Había que seguir adelante. Las cosas continuaban. Como las pulgas y las tortitas con caramelo.

Harry se precipitó dentro de un bar en el que no había reparado antes. Había un camarero en la barra. Había botellas. Estaba oscuro allí dentro. Pidió un whisky doble, lo bebió de un trago. La cartera de Monk estaba hinchada y espléndida. El viernes debía de ser día de paga. Harry sacó un billete, pidió otro whisky doble. Bebió la mitad de un trago, aguardó un minuto enhomenaje a Monk y luego se bebió el resto. Por primera vez en mucho tiempo se sintió muy bien.

A última hora de la tarde Harry bajó andando hasta el Groton Steak House. Entró y se sentó en la barra. Nunca había entrado allí. Un hombre alto, delgado y anodino, con gorro de cocinero y delantal manchado, se acercó y se inclinó por encima de la barra.

Necesitaba un afeitado y olía a aerosol contra cucarachas. Miró maliciosamente a Harry.
-¿Vienes por el TRABAJO? -preguntó.

¿Por qué demonios quieren todos ponerme a trabajar?, pensó Harry
-No -contestó.
-Hay un puesto de friegaplatos. Cincuenta centavos la hora y, de vez en cuando, se le puede tocar el culo a Rita.

La camarera pasó a su lado. Harry le miró el culo.
-No, gracias. Lo que quiero ahora es una cerveza. Sin vaso. De cualquier marca.

El chef se le acercó aún más. Tenía unos pelos muy largos en los agujeros de la nariz, que provocaban una enorme intimidación, como una pesadilla fuera de programa.
-Oye, cabrón, ¿tienes dinero?
-Claro que tengo -dijo Harry.

El chef dudó un momento, luego se alejó, abrió la nevera y sacó una botella. La destapó, volvió a donde estaba Harry y la puso de un golpe frente a él.

Harry dio un buen trago, bajó suavemente la botella hasta la barra.

El chef seguía examinándolo. El chef no podía comprenderlo del todo.-Ahora -dijo Harry-, quiero un bistec de solomillo, tirando a hecho, con patatas fritas y poca salsa. Y tráigame otra cerveza. Ahora mismo.

El chef se alzó amenazadoramente frente a él, como una nube furiosa, luego se largó, volvió a la nevera, repitió la acción que incluía llevar la botella y depositarla de un golpe sobre la barra. Entonces el chef fue hacia la parrilla, lanzó un bistec encima. Se levantó un velo de humo glorioso. A través de él, el chef miraba fijamente a Harry.

No sé por qué no le gusto, pensó Harry. Bueno, quizás necesite cortarme el pelo (quíteme bastante de todas partes, por favor) y afeitarme, quizás tenga la cara un poco magullada, pero llevo la ropa bastante limpia. Gastada, pero limpia. Probablemente estoy más limpio que el alcalde de esta puta ciudad.

La camarera se acercó. No tenía mal aspecto. No era nada del otro mundo, pero no estaba mal. Llevaba el pelo recogido hacia arriba, como revuelto y con unos rizos que le colgaban por los lados. Bonito.

Se inclinó por encima de la barra.
-¿Vas a quedarte de friegaplatos?
-Me gusta el sueldo, pero no es mi tipo de trabajo.
-¿Cuál es tu tipo de trabajo?
-Soy arquitecto.
-Eres un comemierda -dijo, y se alejó.

Harry sabía que no era demasiado bueno entablando conversación. Se había dado cuenta de que cuanto menos hablaba, mejor se sentía la gente.

Harry se acabó las dos cervezas. Entonces llegó el bistec con patatas fritas. El chef depositó el plato de un golpe. El chef era un gran golpeador. A Harry le parecía un milagro. Se puso a ello, cortando y masticando. Hacía un par de años que no comía un bistec. A medida que comía sentía cómo entraba en su cuerpo una fuerza nueva. Cuando no se come a menudo, eso resulta un gran acontecimiento.

Hasta su cerebro sonreía. Y su cuerpo parecía decir gracias, gracias, gracias. Entonces
Harry acabó.

El chef aún seguía mirándolo fijamente.
-Muy bien -dijo Harry-, tráigame otro plato de lo mismo.
-¿Vas a tomar otra vez lo mismo?
-Sí.

La mirada pasó de fija a feroz. El chef se alejó y lanzó otro bistec sobre la parrilla.
-Y tomaré otra cerveza, por favor. Ahora.
-¡RITA! -gritó el chef-, ¡DALE OTRA CERVEZA!

Rita se acercó con la cerveza.
-Para ser arquitecto -dijo-, le das mucho a la cerveza.
-Estoy planeando levantar algo.
-¡ja, ja! ¡Como si pudieras...!

Harry se concentró en su cerveza. Luego se levantó y se fue al lavabo de caballeros.
Cuando regresó se acabó la cerveza.

El chef salió y puso de un golpe el plato de bistec delante de Harry.
-El puesto sigue vacante si lo quieres.

Harry no contestó. Empezó a comer otra vez.

El chef volvió a la parrilla desde donde continuó mirando fijamente a Harry.
-Tienes derecho a dos comidas -dijo el chef-, y a meter mano.

Harry estaba demasiado ocupado con el bistec con patatas para contestar. Seguía teniendo hambre. Cuando se es un vagabundo, y especialmente si se es bebedor, pueden pasar días y días sin que comas, muchas veces sin que sientas siquiera ganas, pero de pronto te ataca un hambre insoportable. Uno empieza a pensar en comérselo todo, cualquier cosa: ratones, mariposas, hojas, resguardos de la casa de empeños, periódicos, corchos, lo que sea.

Ahora, en plena faena del segundo bistec, el hambre de Harry continuaba allí. Las patatas fritas estaban fantásticas, crujientes, amarillas y calientes, parecidas a la luz del sol, una gloriosa y nutritiva luz solar que podía morderse. Y el bistec no era simplemente una rebanada de algún pobre bicho asesinado, era algo apasionante que alimentaba el cuerpo y el alma y el corazón, que iluminaba la mirada y hacía que el mundo no fuera tan difícil de soportar, o tan inhóspito. De momento la muerte no importaba.

Entonces acabó el segundo plato. Sólo quedó el hueso del bistec y, además, completamente limpio. El chef seguía mirándole.
-Me voy a comer otro -le dijo Harry al chef-. Otro bistec con patatas y otra cerveza, por favor.
-¡NO! -gritó el chef-. ¡VAS A PAGAR Y TE VAS A LARGAR A LA PUTA CALLE!

Dio la vuelta a la parrilla y se paró frente a Harry. Tenía una libreta en la mano.
Garabateó furiosamente en la libreta. Luego tiró la cuenta en medio del plato sucio.

Harry la cogió del plato.

Había otro cliente en el restaurante, un hombre muy redondo y rosado, con una cabeza grande, llena de pelos despeinados, teñidos de un castaño bastante desalentador. El hombre había consumido numerosas tazas de café mientras leía el periódico de la tarde.

Harry se puso de pie, sacó unos billetes, apartó dos y los acercó al plato. Luego salió de allí.

El tráfico de las primeras horas de la noche comenzaba a llenar de coches la avenida. El sol se estaba poniendo a sus espaldas.

Harry observó a los conductores de los coches. Parecían desgraciados. El mundo era desgraciado. La gente estaba en la oscuridad. La gente estaba aterrada y desilusionada. La gente había caído en las trampas. La gente estaba desesperada y a la defensiva. Se sentían como si estuvieran malgastando sus vidas. Y tenían razón.

Harry echó a andar. Se detuvo en un semáforo. Y en ese momento tuvo una sensación muy extraña. Le pareció que él era la única persona viva del mundo.

Cuando la luz se puso verde se olvidó completamente del asunto. Cruzó la calle hacia la otra acera y continuó caminando

2.18.2010

La falacia de la guerra contra el narcotráfico

Introducción



A finales de 2006 y principios de 2007 el entrante poder ejecutivo anunciaba un enfrentamiento sin tregua contra el narcotráfico. En el trascurso de tres años éste se ha mostrado extremadamente limitado y en lo único que se asemeja a una guerra es en el despliegue de militares en algunos estados del país.

La guerra representa el mayor confrontamiento del Estado y por lo tanto no se debe emprender una a menos que se tenga la certidumbre de la victoria. Se caracteriza por el enfrentamiento directo, por acciones de inteligencia, por ocupaciones de zonas contrarias, por la disminución económica del oponente, por el hostigamiento constante… en suma, por acciones encaminadas a aniquilar al contrario. En contraste, la pugna que tiene el gobierno federal es un combate a medias donde se utiliza a las milicias para labores de vigilancia y contención más que para cualquiera de las funciones descritas arriba.


El presente trabajo utiliza las cifras más elementales para demostrar, por un lado, que no existe tal guerra (al menos entre el Estado y la delincuencia organizada) y, por el otro, que los logros del gobierno federal son insignificantes, aislados y desproporcionados en relación al tamaño del problema.




La falacia de la guerra contra el narcotráfico


La realidad que se manifiesta y nos horroriza cada día demuestra que la sociedad mexicana se está transformando en algo irreconocible. Y no importa la repetición de spots o los triunfalismos adelantados, lo único comprobable es que el gobierno ha sido incapaz de reprimir los brotes de violencia y que está siendo desplazado por entidades criminales con atribuciones paraestatales. A todo esto, pareciera que el poder ejecutivo está únicamente capacitado para justificar su estrategia tomando como referencia hechos vagos y ambiguos.

Día tras día los periódicos se ven plagados de crónicas o fotografías que progresivamente se han hecho más espeluznantes. La muestra más palpable, y también la más sensible, de la guerra fallida es precisamente el número de asesinatos, que no ha hecho más que aumentar año con año desde el inicio de la década.

Durante la administración de Vicente Fox, el número de asesinatos adjudicados al narcotráfico fue de 8,780 : 1,080; 1,230; 1,290; 1,304; 1,776 y 2,100 en cada año de su mandato. Estas cifras representan un leve pero constante incremento anual en los cuatro primeros años y en los dos últimos se evidencia una violencia particularmente recrudecida. De las ejecuciones citadas, cerca del 50% se llevaron a cabo en Michoacán y un 30% entre Sinaloa y Tamaulipas.

Los tres primeros años del sexenio de Felipe Calderón han traído la friolera de 16,885 ejecutados: 2,773; 5,661 y 8,281 en 2009 . La estela de muerte se ha desplazado a Chihuahua, Sinaloa y Baja California, principalmente.

En apenas tres años de gobierno, se ha duplicado la cifra de asesinatos de toda la administración previa y en un solo año, 2009, se igualó la totalidad de homicidios del sexenio de Vicente Fox.

En 2007, de las 2,773 ejecuciones adjudicadas a los narcotraficantes, 296 fueron policías o militares (esta cifra representó el 10.6% del total). En 2008, se tuvieron 535 asesinatos de agentes (el 9.6%) y, por último, en 2009 fueron ajusticiados 475 oficiales (el 5.7%).

El periódico La Jornada hace un recuento ligeramente menor aunque destaca que de 1,254 asesinatos de personas dedicadas a la seguridad pública en este sexenio, la mitad eran agentes municipales y únicamente 75 eran militares. La cifra de los policías municipales tiende a sobrevalorar el total porque es de conocimiento público el grado de corrupción que poseen y los ataques de los que han sido objeto, más que por atentar en contra del patrimonio de los cárteles, muy probablemente se deben a ajustes de cuentas. Desde la óptica opuesta, las bajas de transgresores provocados por el Estado, la situación es similar y representan un pequeño porcentaje de la totalidad de caídos en el enfrentamiento.

Más que un desafío constante y declarado, el crimen ha respondido esporádicamente (aunque con inusitada crueldad) a las acciones emprendidas por el ejército o la policía. Se trata de represalias que van desde la colocación de propaganda, ataques armados o secuestros, hasta mutilaciones y asesinatos. Pero, a pesar de inicuos, son hechos aislados y no representan una práctica recurrente.

Los delincuentes parecen no haber respondido con mayor saña porque no sienten amenazadas sus intereses. A pesar de que se han desplegado 50 mil efectivos militares , más todos los policías existentes, no han dado una muestra clara de incomodad.

Las cifras previamente expuestas reflejan que la cadena de violencia gira en torno a los cárteles. La guerra no la hace la delincuencia organizada contra Estado, sino que se está desarrollando al interior de ésta. A pesar de ser obvia, es una conclusión de la que hemos perdido un poco la perspectiva (seguramente por la aciaga cantidad de cadáveres). Lo que verdaderamente preocupa es que el gobierno, más que ser un ente encargado de inmovilizar la espiral de barbarie, parece ser un espectador pasivo: el 89% de las ejecuciones de 2009 se llevaron a cabo en estados donde existen operativos militares.

A lo más que ha llegado la estrategia del ejecutivo es a incrementar las detenciones. Desde el inicio del sexenio se han capturado a 100 mil infractores (de ellos 68 mil por delitos contra la salud ). Sin embargo, la población carcelaria se incrementó únicamente en 20 mil individuos. En estos momentos, la totalidad de personas recluidas en las penitenciarias del país asciende a 230 mil personas y se cuenta con una sobrepoblación del 33%.

Para poner estos datos en perspectiva, habría que recurrir a estimaciones realizadas por el propio gobierno federal en 2008. En aquel entonces se contabilizaban 500 mil personas empleadas por el narcotráfico en todo el país. Las cifras de la población penitenciaria y de la capacidad de las cárceles demuestran que es pueril, y representa una batalla perdida a priori, atacar el narcotráfico con arrestos.


Cuando a inicios de la administración de Felipe Calderón se anunció un enfrentamiento directo contra el narcotráfico, pocos sospecharon la cantidad de sangre que habría de correr y los escasos resultados que se tendrían tres años después de haberlo puesto en marcha. Muestra clara de ello representa la cantidad de droga decomisada.

Los siguientes datos fueron publicados en 2009 por el Departamento de Estado de los Estados Unidos en el informe “2009 International Narcotics Control Strategy Report” con cifras del Centro de Análisis, Planeación e Inteligencia Contra el Crimen Organizado (CENAPI) de la Procuraduría General de la República (PGR) .





El comportamiento de las incautaciones de cocaína es particularmente revelador. En 2007 se tuvieron cifras históricas, pero de esas 48 toneladas 35 fueron decomisadas en dos embarques . Si se aíslan esos duros golpes (que pueden deberse a logros aislados de inteligencia o a mera suerte), los dos primeros años de la administración calderonista no habrían podido superar en ninguno de los años las incautaciones del alcaloide por parte del gobierno foxista, salvo en 2002, a pesar que el narcotráfico está visualmente más activo que nunca.


Con relación a la marihuana, sucede algo similar que con la cocaína. 2007 fue un año destacado, pero en 2008 se observan peores registros que en cualquier año de la administración previa. La producción de este narcótico no ha hecho sino crecer a muy elevadas tasas porcentuales desde 2000 y ya para 2005 se observa una franca decadencia en las incautaciones, como se demuestra en el cuadro inferior :




Con el resto de las drogas se tiene un comportamiento errático o estacional del que es difícil marcar una tendencia. Lo único que parece incuestionable es que son magnitudes muy bajas, sobre todo en el caso de las metanfetaminas.

Por años se ha expresado que la única manera de enfrentar a los cárteles es golpear su poderío económico. Esto implica un esfuerzo titánico, pero parece más inteligente que gastar millones de pesos en armar fuerzas para combatirlos. Algo siniestro es que el narcotráfico está avanzando en todos los frentes y el gobierno no ha podido estar a la altura de esas mutaciones en ninguno de ellos. Esta característica adaptativa se refleja, más que en ninguna faceta el crimen organizado, en su capacidad para lavar cantidades industriales de dinero.

Las cifras de la PGR indican que el gobierno encabezado por Calderón ha quitado al narco 380 millones de dólares (más de la mitad a Zhenli Ye Gon, en 2007) y 290 millones de pesos en efectivo . A pesar de que sería difícil saber el monto de dinero líquido en poder del narcotráfico, sí es posible determinar la cantidad de activos que éste blanquea al año. Según datos de los investigadores Samuel González y Eduardo Buscaglia, la suma asciende a 25 mil millones de dólares anuales .

Para que el lector pueda equiparar el tamaño del problema, 25 mil millones de dólares son iguales a los ingresos petroleros o a las remesas enviados por migrantes en 2009. La inversión extranjera directa se estima en la mitad de ese monto. Las ingentes cantidades de dinero decomisadas son nimias en relación al total de recursos que aglutina la mafia.

Resulta evidente que el poder corrosivo del narcotráfico tiende a agravarse profundamente. Según el diario La Jornada, de enero a agosto del año pasado, el lavado de dinero creció 261% en relación al mismo periodo de 2008 . Además, estima en 40 mil millones de dólares los ingresos anuales de los grupos delictivos relacionados con el tráfico de estupefacientes.



Conclusiones


El éxito o el fracaso de la estrategia se puede reflejar en cuestiones perfectamente visibles: el número de asesinatos, el decomiso de drogas o activos y el número de detenidos. Si se nota que la violencia empeora, que los decomisos se comportan constantes a pesar de un tráfico mayor, que el lavado de capitales se incrementa y que gran parte de los arrestos son simbólicos, es que no se está enderezando el camino.

Más que solucionar el enorme problema que se ha venido encima, o al menos contenerlo, los golpes que ha dado el gobierno parecen ser situaciones al margen que no representan una estrategia conjunta o enfocada a un fin concreto. Puede que efectivamente se haya alcanzado un número histórico de decomisos o detenciones en términos absolutos, pero el tráfico y las personas implicadas lo han hecho en una proporción mucho mayor y eso se ve todos los días no es necesario sustentarlo.

Los datos que a cuentagotas publican las instituciones encargadas de la seguridad nacional vislumbran un país sustentado económicamente en el narcotráfico donde, como un cáncer, será imposible extraerlo sin causar daños irreversibles. En estos momentos la delincuencia organizada maneja un poder económico abominable y si uno supone que la cantidad de asesinatos es lo peor que puede pasar, habría que poner particular hacia las finanzas porque representan los recursos de la desestabilización política y social en los años por venir.

Tengo la impresión, aunque sólo es eso: una opinión, de que Felipe Calderón se vio obligado a movilizar a los soldados de sus cuarteles no porque quisiera combatir al narcotráfico de frente o porque imaginara que podía hacerlo, lo hizo porque conocía que algo realmente importante estaba manifestándose y era la única manera posible de simular que se estaban tomando medidas contra este monstruo del que es imposible sospechar su magnitud.

2.09.2010

Watchmen



Algunas personas refieren a los cómics como el génesis de sus aficiones por la lectura aunque se tratara de publicaciones que recaían en héroes sosos y argumentos tan ridículos como los trajes que éstos portaban. Recuerdo perfectamente la vacuidad en los diálogos, la repetición hasta el hartazgo de los nombres de los involucrados, de su nacionalismo barato, de la reproducción incesante de clichés y de conductas caducas, retrógradas y su derechismo a ultranza. Parecía que el fomento de estas publicaciones entre la juventud no hacía (y hace) más que alinearlos a una ideología pro yanqui.

A mediados de los ochenta empezaron a surgir contracorrientes al interior de la misma industria. Fue DC Comics la editorial que distribuyó uno de los trabajos más complejos del género y que se conoció como Watchmen. Las personas que gustan de categorizar todo lo que pasa por sus manos la bautizaron como ucronía y esto simplemente implica una exploración en los desarrollos históricos alternativos.

El contexto es bastante convulso porque se trata de una realidad donde Nixon ha sido reelecto en varias ocasiones y donde ganó la guerra en Vietnam. Sin embargo el destino del mundo está en suspenso por las constantes bravuconadas entre los dos bloques económicos. El ciudadano común vive una tensión incesante y hay una escenario tal que la mínima provocación desencadenaría una catástrofe de proporciones apocalípticas.

El principal mérito de Alan Moore y Dave Gibbons consiste en hacer una parodia del mundo de los superhéroes, encumbrando sus problemas cotidianos y sus múltiples defectos, sus orientaciones políticas y personalidades. Se trata, en resumidas cuentas, de seres humanos, no de estereotipos.

Los perfiles psicológico marcan la diferencia entre esta novela gráfica (fastuoso nombre) y el resto de las publicaciones del género. Cada uno de los personajes encuentra una justificación perfectamente válida para actuar de uno o de otro modo. Uno puede estar o no de acuerdo, pero observa una razón lógica en cada acción, en cada actitud.

Como consecuencia de lo anterior, la trama involucra a estos “paladines de la justicia” en distintos roles sociales: como instrumento del gobierno (ejército, científicos, policías), empresarios, estrellas de la pornografía o simples proscritos. Pero la aportación de Moore y Gibbons va más allá de dotar a sus personajes de un sustento real: cuestionan y caricaturizan las atribuciones que se han tomado. No sólo los dotan de vida propia, los ironizan.

El argumento central, descrito anteriormente, es todo menos prioritario. Es decir, existe como respaldo pero la realidad de las cosas es que abundan una buena cantidad de historias paralelas que hacen al cómic un trabajo muy intrincado y de difícil seguimiento.

Otra de las innovaciones de la historieta radica en la manera de enriquecer los relatos. Al finalizar cada capítulo uno puede leer anexos generados al interior de este mundo alternativo: se trata de cartas, cómics, entrevistas, editoriales de periódico y recortes que dan pistas sobre el universo que los autores recrean aunque no exponen explícitamente en los diálogos que profieren los personajes.

La versión cinematográfica (Zack Snider, 2009) es bastante afortunada. Pertenece a esa nueva oleada de adaptaciones del cómic adulto (300, Sin City, El caballero nocturno..) que al final del día son un respiro entre el mar de decepciones (Spiderman, Hulk…) que han atiborrado la pantalla de unos años para acá.



1.27.2010

La nave de un millón de años



A veces uno se decepciona profundamente de lo que lee y aunque no estaba seguro de si esta sería una buena opción decidí adquirir el libro de Poul Anderson. Con todo y las buenas recomendaciones que abundan por doquier, inicié la lectura bastante escéptico y conforme iba avanzando en la trama mis opiniones al respecto fueron cambiantes: al principio me parecía que se defendía bastante bien aunque al final me pareció una historia tristemente desaprovechada y, en términos generales, muy floja. Los recursos ficticios implementados en el desenlace, más que redondear la obra, destrozan lo que tan sólidamente se había construido 600 páginas atrás.

A pesar de que el argumento central dista de ser cautivador, la novela se sostiene; tiene buen ritmo y creo que la dinámica no se ve demeritada en absoluto por la constante repetición de atmósferas y contextos. Pero en el fondo se trata de un libro mal estructurado. Cuenta con dos partes que son muy divergentes y que el autor conjunta de una manera abrupta e innecesaria. Parece que la obsesión de Anderson con los temas típicos de la ciencia ficción sobrepasó su capacidad de buen escritor y acabo por desviar lo que tan hábilmente había construido.

La primera de esas partes es bastante entretenida. Algo particularmente notable es que la narración va a la par de la genealogía de la humanidad y a pesar de cualquier otro escritor hubiera sentido la necesidad de inmiscuir directamente a sus personajes en los trances más inmortales de la historia, Anderson se abstiene de hacerlo. Este detalle refleja una gran capacidad narrativa y, en términos generales, habla muy bien de él.

Por todo lo anterior es que uno defiende la postura de que no es un libro improvisado o destinado a un público ingenuo. Pero lo que pasa en el capítulo final da al traste con esa sublimación y merece toda la desatención posible. Se trata de una extraña mezcla de todos los estereotipos del género sin ningún tipo de dirección específica y puestos juntos nada más para “ver qué pasa”.

Hacía tiempo había leído ya algunas reseñas sobre esta novela y desde ese momento la percibí ridículamente antigua, como si hubiera sido escrita en la etapa más idealista de la ciencia ficción. Me parece irónico que un libro escrito en la década de los noventa no esté volcado hacia temas mucho más reflexivos e introspectivos, como la mayoría de los relatos que le son contemporáneos, y retome la inverosimilitud de la línea original.


1.06.2010

Religión

La historia de cómo Ikram Antaki llegó a México es probablemente, y tristemente, más conocida que ella misma y aún más que sus extraordinarios programas de radio. Recuerdo haberla escuchado totalmente hipnotizado porque me parecía indescriptible la cantidad de conocimientos que poseía y porque demostraba no sólo acumularlos sino que ejercía el compromiso que ello implica al trasmitirlos con paciencia y simplicidad. En eso precisamente consiste la labor de un maestro y hasta ahora no he conocido a nadie que lo pueda hacer mejor.

Ikram Antaki es admirable en muchos sentidos pero sobresale particularmente su capacidad de síntesis. Consciente de que el papel de profesor es ahorrar esfuerzo, la doctora condensa miles de textos en libros asequibles, muy profundos pero de fácil asimilación.

“El Banquete de Platón” es un compendio temático con pretensiones enciclopédicas y todas ellas muy bien alcanzadas. De él se desprende el título “Religión” donde se exploran las cuestiones más trascendentales para el género humano. Puede que muchos defiendan la posición de que la filosofía es ‘aburrida’, pero nadie con un poco alma puede argumentar que no lo interesa saber cuáles son los orígenes de las concepciones sobre Dios, el Diablo o la historia de las diferentes creencias.

El libro está dividido en tres partes. Las dos primeras se refieren a los filósofos forjadores de la tradición cristiana, el cisma posterior, su papel en el Estado y las malformaciones que ha tenido con la aparición de organizaciones con características sectarias.

La tercera parte es mucho más relevante y aborda cuestiones profundamente enriquecedoras para cualquier espíritu inquisitivo. En este apartado demuestra que nuestras expresiones de credo (modernas, conscientes y sustentadas) no son sino adaptaciones de cultos milenarios y retrógradas.

El texto es iconoclasta en muchos sentidos porque devela cuestiones devastadoras para las religiones judeo-cristianas. Explora los orígenes de las Sagradas Escrituras y las reduce a reinterpretaciones de textos paganos originados en Asiria, Mesopotamia y Babilonia. Los referentes de la cosmogonía judía, como el diluvio universal o el origen del hombre, no fueron vislumbrados por el pueblo hebreo sino por las primeras y las más arcanas civilizaciones.

Las Escrituras, en las que más de medio mundo basa su fe, fueron acomodaticias a la realidad política que vivía el pueblo de Israel. Cuando fue necesario reformularlas para crear un Dios castigador o vengativo se hizo sin reparos, al igual que fue imprescindible crear al Diablo para justificar la llegada de Jesucristo.

El libro resulta ineludible para cualquier persona con la reflexividad suficiente como para cuestionar formalmente sus creencias o para aquellas que disfrutan conociendo los tópicos que han ocupado a la humanidad desde que pobló (con o sin intervención divina, decida usted) la Tierra.