12.03.2009

No Nacimos pa’semilla

Es virtualmente imposible organizar los argumentos que precisan lo destrozada y lo maltrecha que cualquier persona termina después de la lectura de este desgarrador relato. La realidad de las cosas es que resulta difícil concebir que los dantescos testimonios expuestos por Alonso Salazar fueron la cotidianidad en Medellín y no el borrador de algún torcido pasaje de Gabriel García Márquez en sus Cien años de soledad.

Seguramente Colombia tiene una de las realidades más complejas en el mundo. Prácticamente toda su vida independiente ha estado desangrándose entre conflictos políticos, guerrilla, narcotráfico, paramilitarismo, delincuencia organizada y la explosiva mezcla de todas estas plagas.

Salazar, actual Alcalde de Medellín, trata una de estas aristas haciendo las funciones de un reportero de guerra. Su labor consistió en insertarse hasta las entrañas en una ciudad infestada de inmundicia para entrevistar a la carroña involucrada en asesinatos, asaltos, violaciones, secuestros y hurtos.

Gran parte del texto relata las vivencias de las comunidades marginadas que se encontraban bajo el fugo cruzado de una horda salvaje y bárbara de imberbes delincuentes, por un lado, y de escuadrones de la muerte y milicianos urbanos, por el otro. Los enfrentamientos entre grupos antagonistas de bándalos o justicieros anónimos hacía prácticamente inhabitable la zona periférica de Medellín y el único seguro de vida, no siempre efectivo, consistía en autoimponerse un toque de queda.

Las ejecuciones sumarias y las masacres se convirtieron en un fenómeno recurrente. La dinámica impuesta era tan siniestra y atroz que para “dar de baja” al enemigo solían ejecutar a algún pariente cercano para poder después enfrentarlo en sus exequias. En ocasiones no quedaban conformes con liquidar a su antagonista y mancillaban el cadáver en pleno funeral, ante la mirada atónita de los dolientes.

El hallazgo de este libro ha sido uno de los más afortunados aunque irónicamente también uno de los más perturbadores. En algunos fragmentos sentía que en cualquier momento me fallaría el estómago y constantemente me preguntaba si en verdad era cierto lo que descubría en cada párrafo. Múltiples preguntas me invadían, sobre todo relacionadas con los límites del ser humano, pero después de él soy partidario de su inexistencia.

Creo que la conducta social es totalmente imitativa y más que las costumbres o la ideología en sí, lo que determina la acción de las comunidades es el comportamiento de sus congéneres. Si gradualmente se van rompiendo los cercos y el Estado demuestra debilidad o displicencia el resultado es la corrupción o, en el mejor de los casos, la indiferencia de todos los integrantes de la sociedad.

Medellín es un caso extremo donde la violencia se convirtió en un azote de proporciones bíblicas y probablemente ni todos los libros o ensayos escritos al respecto reflejen con fidelidad la tremenda calamidad que tenía asolada a la ciudad entera.

El texto invita a una profunda reflexión pero sobre todo a la comparación. En el país hay en estos momentos señales inequívocas de pérdida del contacto con la realidad. El norte de la nación va rompiendo día con día con todos los cánones de gobernabilidad y de contención de la violencia. Cuando al narcotráfico se agreguen otros actores armados irremediablemente viviremos una metamorfosis de alcances insospechados.


11.20.2009

Neuromante

William Gibson y particularmente Neuromante (Neuromancer) cambiaron radicalmente la concepción que tenía de literatura. Y no es porque se trate de una obra catalogada como clásica (entendiendo este calificativo como inmutable o adaptable a cualquier lugar y tiempo) sino porque por primera vez comprendí la infinitud en la imaginación de los escritores: me di cuenta que no importaba que tan inverosímiles o alejados de la realidad estuvieran los argumentos siempre y cuando contara con las capacidades necesarias para legitimar sus planteamientos.

La ciencia ficción tiene mala fama por sus aficionados orígenes. Algunos de los libros más insufribles se los debemos a este subgénero y sólo basta hacer un poco de memoria para identificar verdaderos bodrios literarios. Tuvieron que pasar muchas décadas hasta la aparición de artistas con el potencial necesario para desvanecer la etiqueta pueril con la había sido estigmatizado.

La novela intitulada Neuromante tiene una característica muy particular y consiste en una inextricable densidad. Gibson pasma al lector deambulando por lugares intrincados, obscuros, excesivamente tecnificados y poblados por sujetos totalmente indescriptibles. El paisaje, de por sí enmarañado, se ve aún más enrarecido por el uso de neologismos que nunca son explicados explícitamente: tendrán que pasar dos o tres repasos antes de que el ávido lector pueda descifrar el significado de toda esa terminología.

Se trata de un mundo desolado, sombrío, global e insensible. Donde es posible la conexión mediante redes informáticas de persona a persona (con la finalidad de compartir sensaciones), el ciberespacio por realidad virtual, el ensimismamiento y la individualización al extremo, las mega corporaciones como suplentes del Estado, el rapto de genios corporativos, pandillas urbanas y todo tipo de implantes corporales cibernéticos.

Sin embargo, el objetivo de la obra no es exhibir la desbordante imaginación del escritor y por eso no profundiza en todos esos artefactos o situaciones inexistentes para nuestra contemporaneidad. Los utiliza como lo que son: meros recursos, adornos que se convierten en el sustento de concepciones mucho más ambiciosas. Uno de esos objetivos, y el que es más claramente identificable, es reflejar la manera en la que toda esa tecnología cambia la vida de las personas.

Uno simplemente queda perplejo ante la diversidad y la riqueza de escenarios que Gibson plantea en cada página y sobre todo si se piensa en lo antiguo que resulta ya el texto. Para los profanos resulta solamente aquél que creo el término “ciberespacio”, pero es muchísimo más: representa el reformador de una corriente literaria que estaba agotada y a la que se veía con una insoportable flojera.


11.05.2009

Fahrenheit 451

Ray Bradbury narra una sociedad insensible, obtusa, estúpida pero excesivamente tecnificada. La carga de trabajo, la rapidez con la que se vive y la necesidad imperiosa de consumir transforman a la humanidad en una masa uniforme, sin pensamientos, sin ideas y sin alma: sin libros.

Leer está prohibido. Cuando alguien es descubierto con libros es objeto de quema. El jefe de Montag, Beatty, es un personaje increíblemente culto y un lector consumado. En una visita que realiza a su casa explica el proceso que derivó en este periodo oscurantista: “En cierta época los libros atraían a alguna gente. Podrían permitirse ser diferentes. El mundo era ancho. Pero luego el mundo se lleno de ojos, de codos y de bocas… Filmes y radios, revistas, libros fueron adquiriendo un bajo nivel, una especie de vulgar uniformidad… Los clásicos reducidos a una emisión radiofónica de quince minutos…La mente del hombre gira tan aprisa a impulsos de los editores, explotadores, locutores, que la fuerza centrífuga elimina todo pensamiento innecesario, origen de una pérdida de valioso tiempo… Los años en la universidad se acortan, la disciplina se relaja, la filosofía, la historia y el lenguaje se abandonan, el idioma y su pronunciación son gradualmente descuidados. La vida es inmediata, el empleo cuenta, el placer lo domina todo después del trabajo…No hubo ningún dictado, ni declaración, ni censura, no. La tecnología, la explotación de las masas y la presión de las minorías produjeron el fenómeno… Cada hombre, la imagen de cualquier otro. Entonces todos son felices, porque no pueden establecerse diferencias ni comparaciones desfavorables…”

El texto está dividido en tres partes. La primera de ellas contiene las páginas más bellas y mejor escritas de la ciencia ficción. El proceso que se describe es ante todo una predicción, un adelanto sobre un futuro desesperanzador, deshumanizado, frío y cada más alejado; la velocidad y la superficialidad con la que se vive en las grandes ciudades parecen darle la razón. Por otro lado, hace referencias muy sutiles a aparatejos cargados de tecnología con los que la gente suple todo tipo de carencias espirituales y eso es notable porque, al igual que W. Gibson, se preocupa por cómo la tecnología modifica los cimientos de la sociedad; no es trivial, Bradbury escribió este celebre texto cuando la tecnología era incipiente, antes del boom de los setenta. Digamos que su libro es cercano a lo que posteriormente se conocería como ciberpunk.

El papel del Estado es secundario. Como Beatty señala, cuando la pereza mental imperó sobre cualquier otra manifestación humana sólo fueron necesarios algunos sencillos controles gubernamentales, principalmente mediáticos, para mantener el orden.

Personalmente creo que la segunda y tercera parte son muy inferiores a la inicial. Describir la trama con mayor profundidad no me interesa, pero el desarrollo posterior es un tanto romántico y ridículo. Es decir, encuentra a científicos, marginados de las ciudades, que han desarrollado un método para poder extraer de la mente lo que las personas han leído, las transforman en bibliotecas andantes y por ello su existencia vale mucho. Estos sujetos guardan sus conocimientos como tesoros y los trasmiten oralmente a su prole para que estos, a su vez, hagan lo mismo. Al final esperan hasta que haya tiempos mejores, a que acabe esta nueva y terrible edad media.


10.15.2009

La guerra del fin del mundo

A veces uno es un poco reticente a leer libros voluminosos por diversas razones. Ante todo implica una suerte de responsabilidad donde uno se compromete a terminarlo antes de empezar el siguiente. También esta la sensación de cansancio y de hastío a las semanas de no terminarlo, sobre todo cuando se trata de libros interesantes sí, pero poco dinámicos.

Para que el lector pueda estar atento y vibrante a lo largo de 900 páginas se necesitan dotes de gran escritor. Debe crear diálogos reflexivos, profundos, imaginativos, ingeniosos, divertidos y enteramente universales. Por ello creo que Vargas Llosa es una de las grandes joyas de la narrativa latinoamericana. No necesita refugiarse en el realismo mágico para recrear tal cantidad de escenarios y para entretener de una manera tan viva y tan humana.

Como decía, la extensión es a veces es un problema. Y no es porque el lector sea flojo o desesperado, es que los ritmos de vida, las malditas obligaciones y mala influencia de todo tipo de medios de comunicación y entretenimiento hacen a veces que la lectura se vaya aplazando un poco.

Un buen amigo me prestó este libro hace algunos meses y por todo lo descrito no pude terminarlo antes de entregárselo. Me sentí culpable. El hecho era que había disfrutado profundamente de un texto que dejé incompleto así que en cuanto pude me hice de él y ahora que por fin lo he terminado puedo degustarlo y asegurar por propia experiencia que es una gloria.

En realidad si uno se pone a reflexionar sobre por qué le gustan determinados libros y otros no, no sabría exactamente qué decir. Algunos defenderán que la historia es parte imprescindible, pero yo creo que eso es algo secundario.

La guerra del fin del mundo habla sobre acontecimientos históricos del Brasil en siglo XIX, pero esos importantes y sugestivos temas no son todo en la novela. Ante todo está una técnica narrativa y una estructura pocas veces vista, está también la recreación de personajes que gozan de indefinición en lo que se refiere a las etiquetas tradicionales y por último está esa inagotable capacidad de hilar enunciados portentosos en todos los sentidos. Es como si uno pensará “Carajo, qué bien dicho está esto”. Simplemente está impecablemente escrito y punto.

La guerra del fin mundo versa sobre unos fanáticos religiosos que se amotinan y sienten que el fin está cerca. La incipiente república brasileña ve en ellos un faro monárquico al que es imprescindible extinguir. En el medio se atraviesan todo tipo de excéntricos personajes que no hacen más que actuar según sus principios o sus propias convicciones. Al final… bueno el final no es nada del otro mundo, pero lo vivificante es que se haya tenido la oportunidad de leer a un autor que no cesa en la elaboración de prodigios bibliográficos.