2.09.2010

Watchmen



Algunas personas refieren a los cómics como el génesis de sus aficiones por la lectura aunque se tratara de publicaciones que recaían en héroes sosos y argumentos tan ridículos como los trajes que éstos portaban. Recuerdo perfectamente la vacuidad en los diálogos, la repetición hasta el hartazgo de los nombres de los involucrados, de su nacionalismo barato, de la reproducción incesante de clichés y de conductas caducas, retrógradas y su derechismo a ultranza. Parecía que el fomento de estas publicaciones entre la juventud no hacía (y hace) más que alinearlos a una ideología pro yanqui.

A mediados de los ochenta empezaron a surgir contracorrientes al interior de la misma industria. Fue DC Comics la editorial que distribuyó uno de los trabajos más complejos del género y que se conoció como Watchmen. Las personas que gustan de categorizar todo lo que pasa por sus manos la bautizaron como ucronía y esto simplemente implica una exploración en los desarrollos históricos alternativos.

El contexto es bastante convulso porque se trata de una realidad donde Nixon ha sido reelecto en varias ocasiones y donde ganó la guerra en Vietnam. Sin embargo el destino del mundo está en suspenso por las constantes bravuconadas entre los dos bloques económicos. El ciudadano común vive una tensión incesante y hay una escenario tal que la mínima provocación desencadenaría una catástrofe de proporciones apocalípticas.

El principal mérito de Alan Moore y Dave Gibbons consiste en hacer una parodia del mundo de los superhéroes, encumbrando sus problemas cotidianos y sus múltiples defectos, sus orientaciones políticas y personalidades. Se trata, en resumidas cuentas, de seres humanos, no de estereotipos.

Los perfiles psicológico marcan la diferencia entre esta novela gráfica (fastuoso nombre) y el resto de las publicaciones del género. Cada uno de los personajes encuentra una justificación perfectamente válida para actuar de uno o de otro modo. Uno puede estar o no de acuerdo, pero observa una razón lógica en cada acción, en cada actitud.

Como consecuencia de lo anterior, la trama involucra a estos “paladines de la justicia” en distintos roles sociales: como instrumento del gobierno (ejército, científicos, policías), empresarios, estrellas de la pornografía o simples proscritos. Pero la aportación de Moore y Gibbons va más allá de dotar a sus personajes de un sustento real: cuestionan y caricaturizan las atribuciones que se han tomado. No sólo los dotan de vida propia, los ironizan.

El argumento central, descrito anteriormente, es todo menos prioritario. Es decir, existe como respaldo pero la realidad de las cosas es que abundan una buena cantidad de historias paralelas que hacen al cómic un trabajo muy intrincado y de difícil seguimiento.

Otra de las innovaciones de la historieta radica en la manera de enriquecer los relatos. Al finalizar cada capítulo uno puede leer anexos generados al interior de este mundo alternativo: se trata de cartas, cómics, entrevistas, editoriales de periódico y recortes que dan pistas sobre el universo que los autores recrean aunque no exponen explícitamente en los diálogos que profieren los personajes.

La versión cinematográfica (Zack Snider, 2009) es bastante afortunada. Pertenece a esa nueva oleada de adaptaciones del cómic adulto (300, Sin City, El caballero nocturno..) que al final del día son un respiro entre el mar de decepciones (Spiderman, Hulk…) que han atiborrado la pantalla de unos años para acá.



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