11.20.2009

Neuromante

William Gibson y particularmente Neuromante (Neuromancer) cambiaron radicalmente la concepción que tenía de literatura. Y no es porque se trate de una obra catalogada como clásica (entendiendo este calificativo como inmutable o adaptable a cualquier lugar y tiempo) sino porque por primera vez comprendí la infinitud en la imaginación de los escritores: me di cuenta que no importaba que tan inverosímiles o alejados de la realidad estuvieran los argumentos siempre y cuando contara con las capacidades necesarias para legitimar sus planteamientos.

La ciencia ficción tiene mala fama por sus aficionados orígenes. Algunos de los libros más insufribles se los debemos a este subgénero y sólo basta hacer un poco de memoria para identificar verdaderos bodrios literarios. Tuvieron que pasar muchas décadas hasta la aparición de artistas con el potencial necesario para desvanecer la etiqueta pueril con la había sido estigmatizado.

La novela intitulada Neuromante tiene una característica muy particular y consiste en una inextricable densidad. Gibson pasma al lector deambulando por lugares intrincados, obscuros, excesivamente tecnificados y poblados por sujetos totalmente indescriptibles. El paisaje, de por sí enmarañado, se ve aún más enrarecido por el uso de neologismos que nunca son explicados explícitamente: tendrán que pasar dos o tres repasos antes de que el ávido lector pueda descifrar el significado de toda esa terminología.

Se trata de un mundo desolado, sombrío, global e insensible. Donde es posible la conexión mediante redes informáticas de persona a persona (con la finalidad de compartir sensaciones), el ciberespacio por realidad virtual, el ensimismamiento y la individualización al extremo, las mega corporaciones como suplentes del Estado, el rapto de genios corporativos, pandillas urbanas y todo tipo de implantes corporales cibernéticos.

Sin embargo, el objetivo de la obra no es exhibir la desbordante imaginación del escritor y por eso no profundiza en todos esos artefactos o situaciones inexistentes para nuestra contemporaneidad. Los utiliza como lo que son: meros recursos, adornos que se convierten en el sustento de concepciones mucho más ambiciosas. Uno de esos objetivos, y el que es más claramente identificable, es reflejar la manera en la que toda esa tecnología cambia la vida de las personas.

Uno simplemente queda perplejo ante la diversidad y la riqueza de escenarios que Gibson plantea en cada página y sobre todo si se piensa en lo antiguo que resulta ya el texto. Para los profanos resulta solamente aquél que creo el término “ciberespacio”, pero es muchísimo más: representa el reformador de una corriente literaria que estaba agotada y a la que se veía con una insoportable flojera.


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